Por: Dr. Óscar Ponce Ponce, Académico y profesor de Bioquímica.

Corrían los años posteriores al descubrimiento de América y se iniciaban los viajes por mar desde Portugal, Inglaterra y España. Se describía que en un tiempo determinado eran cientos de embarcaciones las que invadían los mares que viajaban o volvían del nuevo continente. Se cuenta que al regreso de las naves y al avistar sus puertos de origen, la marinería en ceremonia ritual en las cubiertas, daba “Gloria de Dios por el regreso y por el oro que traemos”. Esto último en relación a los tesoros que traían del nuevo continente.

Pero por otro lado, el problema era que los navegantes quedaban imposibilitados para nuevos viajes por una serie de variadas lesiones que aparecían en sus cuerpos. Cartier, médico de aquellos años, llamó a estos casos como la ‘Enfermedad de los Marinos Ingleses’ y describió una serie de síntomas, como la pérdida de las fuerzas musculares, dolores al sistema osteomuscular que les impedía mantenerse en pie, piel llena de manchas púrpuras o hematomas, encías sangrantes que promovían las infecciones a nivel de la cavidad oral y, por ende, una muy marcada halitosis. También, se les detectaban dientes sueltos, articulaciones hipermóviles con tendencia a las luxaciones, huesos de las piernas o de la columna vertebral torcidos por el peso de sus cuerpos, fragilidad y propensión a las fracturas.

Lo dramático era que estas lesiones permanecían por mucho tiempo y les impedía participar en nuevos viajes. Pasaban los años y los efectos devastadores no se detenían, al extremo de llegar a hablarse de pandemia.

En 1753, el médico inglés James Lind, pensando en alguna falla en la nutrición de los viajeros, propone una serie de cambios en la alimentación de los navegantes, todas muy difíciles de llevar a cabo, sobre todo por el tiempo de demora de los viajes. Una de las recomendaciones que sugirió fue llevar en las naves barricas con jugo de naranjas y limones cubiertas con una capa de aceite, lo que llamó “Sumo de frutas cítricas”. La receta era ingerir una pequeña porción todos los días. Incluso llevó a proponer esta práctica en la marinería de barcos de la Marina Inglesa.

Luego de un buen tiempo, dio a conocer el resultado de su experiencia. Lo resumió en dos palabras: “Santo remedio”, pero la verdad científica fue que había descubierto la cura contra el escorbuto, enfermedad que produce lesiones específicas en la cavidad oral. Esto generó que científicos de aquellos años se dieran a la tarea de aislar y descubrir componentes de la dieta cuya abstinencia producía disfunciones y alteraciones características sobre el cuerpo humano. Con el tiempo se llega al concepto de Vitaminas, sustancias accesorias de la nutrición, como necesidad exógena y cuya ausencia en la dieta era la causante de producir estos cuadros carenciales típicos.

El paso siguiente de esta historia ha sido encontrar explicaciones bioquímicas de estas biomoléculas en cuanto a su estructura y función, en qué nutrientes se ubicaban y la cuantía de sus requerimientos. En el caso presente se llegó a identificar en los jugos cítricos al ácido ascórbico, posteriormente llamado Vitamina C.

Con el tiempo fue aclarada la función bioquímica de esta biomolécula. Muchas células de los llamados tejidos conjuntivos sintetizan una proteína llamada tropocolágeno con muchas variantes según el tejido del cual se trate. Esta proteína posee tres cadenas de aminoácidos y es de forma fibrilar. Antes de salir de la célula, porque se trata de una proteína extracelular, sufre modificaciones en dos tipos de sus aminoácidos. Una de ellas es el agregado de grupos químicos llamado hidroxilos (OH). La enzima que cataliza esta reacción es una Hidroxilasa y los aminoácidos específicos que se hidroxilan son la lisina y la prolina. El otro grupo que se agrega es un glicosilo y la enzima que acalara esta reacción es una Gicosilasa. Lo importante de destacar es que estas dos enzimas son activadas por la Vitamina C.

Al salir de las células estas biomoléculas polimerizan y forman las llamadas fibras de colágeno que adoptan diferentes formas que caracterizan a los tejidos conjuntivos. Puede ser la de un tubo en la pared interna de los vasos sanguíneos, cordones, tendones, filamentos, mallas de filtración, ligamentos, huesos, cartílagos y muchas otras más. Aquí es donde toman importancia los grupos químicos agregados y la participación de la Vitamina C. Ellos son la base para la formación de enlaces cruzados covalentes tanto intramolecular como intermolecularmente. Entonces, los tejidos conjuntivos adquieren resistencia a la tracción cuando se trata del tejido periodontal, ligamentos articulares o tendones. También hay resistencia a la presión en los vasos sanguíneos y a la deformación de ciertos órganos llamados blandos.

Con todos estos argumentos se justifican los diferentes síntomas del cuadro carencial por Vitamina C. Algunos ejemplos: la pared interna de los vasos se debilita y se rompen por la presión de la sangre y se generan las encías sangrantes y los hematomas, los ligamentos articulares se hacen hiperextensibles y -con ello- aparecen los riesgos de dislocaciones de los huesos que se articulan, parte del tejido óseo se hace deformable por el peso que debe soportar, aumentan los riesgos de fracturas, surge el dolor óseo, y los dientes se sueltan por la fragilidad de las fibras periodontales.

Para terminar este comentario, algunas recomendaciones muy coloquiales, pero que van en pro de una mejor calidad de vida:

  • Coma una naranja todos los días
  • Coma siempre proteína de alto valor biológico, como las que están en las carnes, los huevos o la leche
  • Cuando beba agua caliente con alguna hierba después de las comidas, agréguele siempre algunas gotas de limón

Sus tejidos conjuntivos se lo agradecerán.