En América Latina, las ciudades enfrentan desafíos crecientes: crisis climática, desigualdad social, contaminación, migraciones y fenómenos naturales extremos. Frente a este escenario, el concepto de “ciudad resiliente” —desarrollado y promovido por ONU-Hábitat—, cobra fuerza como una estrategia integral para garantizar que los centros urbanos no solo resistan los impactos, sino que además puedan adaptarse y transformarse para proteger la vida y el bienestar de sus habitantes.

Ese fue uno de los temas tratados en la III versión del foro “Ciudades Resilientes desde el Sur Global”, efectuado en la Universidad de Concepción. Uno de los invitados internacionales, Augusto Barrera, coordinador del Grupo de investigación sobre Innovación Urbana y Sostenibilidad de la Pontificia Universidad Católica de Ecuador (INNURBS-PUCE), explicó que en el ámbito urbano, la resiliencia se entiende como “la capacidad de las ciudades para poder enfrentar una crisis y rápidamente recuperar sus funciones y su situación normal”.

El investigador puntualizó que “el ser humano no puede controlar los eventos naturales, pero sí puede controlar el otro factor clave del riesgo, que es la vulnerabilidad, es decir, las condiciones que una ciudad tiene para encarar estos riesgos”.

Producto de la crisis climática, ciudades costeras como Cartagena de Indias, Buenos Aires o Santos enfrentan la amenaza del aumento del nivel del mar y tormentas más intensas. En tanto, urbes del interior como Ciudad de México o La Paz lidian con sequías prolongadas, crisis hídricas y contaminación atmosférica, mientras que las inundaciones en Sao Paulo, los incendios forestales en Valparaíso y las olas de calor en Lima son señales de un cambio que exige respuestas urgentes y coordinadas.

El fenómeno no es futuro, ya está ocurriendo, por ello, implica fortalecer comunidades, planificar con visión de futuro y articular a gobiernos locales, sociedad civil y sector privado.

“Se estima que a partir del año 2000, las ciudades de América Latina hemos tenido, aproximadamente, 1.500 eventos, como inundaciones y deslizamientos, y esto tiene que ver con el propio crecimiento y modelo de desarrollo”, informó Barrera.

La resiliencia también implica justicia social. Según el académico, las zonas más pobres suelen ser las más expuestas a riesgos, con viviendas precarias, falta de servicios básicos y menos acceso a información. “La resiliencia no debe dejar de ver que vivimos en sociedades profundamente desiguales e injustas, y que esa injusticia y esa desigualdad se expresa en situaciones distintas de vulnerabilidad”, argumentó.

La tecnología se ha convertido en un eje central para el desarrollo de ciudades resilientes en América Latina y el mundo. No se trata solo de innovaciones digitales, más bien de herramientas que permiten anticipar riesgos, responder a crisis y reconstruir mejor. Aunque la tecnología puede salvar vidas y reducir impactos, no es una solución mágica. Según Barrera, quien también fue alcalde de Quito (Ecuador), la resiliencia urbana requiere gobernanza, participación ciudadana y justicia territorial.

Finalmente, el especialista expuso que ante la ocurrencia de desastres socio naturales, el éxito de los territorios se asocia a “los menores efectos y al mayor nivel de mitigación”.

Escucha aquí la entrevista completa:

Augusto Barrera, coordinador del Grupo de investigación sobre Innovación Urbana y Sostenibilidad de la Pontificia Universidad Católica de Ecuador (INNURBS-PUCE).

Augusto Barrera, coordinador del Grupo de investigación sobre Innovación Urbana y Sostenibilidad de la Pontificia Universidad Católica de Ecuador (INNURBS-PUCE).