La Asociación Americana de Psicología (APA, por sus siglas en inglés), define la ecoansiedad como “el temor crónico a sufrir un cataclismo ambiental que se produce al observar el impacto aparentemente irrevocable del cambio climático y la preocupación asociada por el futuro de uno mismo y de las próximas generaciones”.

Por ello, la interiorización de los grandes problemas medioambientales que afectan al planeta puede tener secuelas psicológicas, más o menos graves, en algunas personas.

Pablo Vergara es testigo de ello. El profesor asociado del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina UdeC, lleva más de 15 años atendiendo a pacientes y en el último periodo notó que “en cierta población infanto-juvenil dentro de las angustias que surgían, constantemente habían alusiones a narrativas asociadas al ‘dolor de mundo’, es decir, que nos estamos destruyendo y no podemos hacer mucho al respecto”.

Así actúa la ecoansiedad, un diagnóstico que se fue popularizando hace pocos años y que ha generado debate en la comunidad científica, pues no todos coinciden en el acuerdo de rotularlo como un trastorno.

Según Vergara “tiene las mismas características de un cuadro ansioso, como hipervigilancia y tener un miedo irrefrenable a que algo pueda pasar en términos climáticos y que eso afecte mi ocupacionalidad”.

El psicólogo plantea que hay que prestar especial cuidado a la preocupación que la crisis pueda causar en niños, niñas y adolescentes, y propone un abordaje clínico “desde una mirada cognitiva conductual, como trabajar pensamiento más o menos funcionales en torno a este miedo irracional”.

Debido a la continua proliferación de noticias, sabemos que los grandes problemas medioambientales asociados al cambio climático apuntan al aumento de fenómenos meteorológicos extremos (olas de calor e incendios, ciclones y tifones, terremotos y maremotos, etc.), el alza de la contaminación y su impacto en la salud, la acumulación de basura en los océanos, la pérdida de biodiversidad, el estrés hídrico y la escasez de agua, la sobreexplotación de recursos naturales y la deforestación, la subida del nivel del mar, entre otros.

Para enfrentar ese ‘bombardeo’ de información, el académico propone que las personas adultas transmitan a niños, niñas y adolescentes ejemplos de “concordancia entre lo que decimos y lo que hacemos”.

Aunque no hay datos acerca de la cantidad de población que sufre esta patología, el experto expone que ha sido más latente “específicamente en poblaciones infantojuveniles no neurotípicas, es decir, más neurodiversas”.

Los síntomas más comunes de la ecoansiedad son estrés, alteraciones del sueño y nerviosismo, mientras que en los casos más graves puede provocar sensación de ahogo o, incluso, depresión.