Por Claudia Mora Méndez, Vicerrectora Instituto Profesional Virginio Gómez.

Enumerar los roles de una mujer en nuestra sociedad podría ser una labor muy simple. Sin embargo, aún existen algunas tareas que pareciera dejar a las mujeres en una posición desventajada, por lo tanto, podríamos preguntarnos si a lo largo de la historia hemos tenido las mismas oportunidades, si existen aún estereotipos que dificulten la equidad entre hombres y mujeres, y que permitan dar paso a una sociedad más equitativa.

Desde muy pequeñas vemos cómo los estereotipos van siendo parte de nuestras diferencias, desde el color que elegimos: rosa para las niñas y azul para niños; en juguetes predominan muñecas para mujeres y los juegos de lógica para ellos, hasta que llegamos a la edad adulta, y ya en educación superior a las mujeres les va mejor, desertan menos, pero existe una brecha salarial que aún persiste.

Frente a la emergencia sanitaria, la caída de la participación de las mujeres en el mercado laboral por tener que priorizar funciones de cuidado no es una novedad. Sin embargo, es difícil de entender que, a pesar de los estudios, como el de McKinsey en 2015, que proyecta un aumento de hasta 28 billones de dólares al PIB anual mundial si las mujeres realizáramos un papel idéntico a los hombres en el mercado laboral, se sigan manteniendo las brechas de género simplemente porque el rol de la mujer sigue asociado a conceptos como maternidad, cuidado personal, educación, labores de casa o a estereotipos de apariencia física, sensibilidad o delicadeza, como si eso, en sí mismo, fuese algo negativo.

Al contrario, el Fondo Monetario Internacional señala que las empresas lideradas por mujeres que han mejorado su posición en el mercado se ven favorecidas por características tan habituales en ellas como “acoger, escuchar con genuino interés y buscar que todos estén bien”, lo que también sobresale en quienes se conectan con su lado más femenino. Algo similar plantea Tatiana Camps en su libro “Liderar desde lo femenino” donde referencia que aún muchas mujeres lideran patriarcalmente hasta estar seguras de sus posiciones y, después de eso, vuelven a conectar con su lado femenino, pero ¿por qué dejar de lado esas cualidades que, precisamente, son sinónimo de beneficios para las organizaciones?

Fue en 1877 que las mujeres pudieron acceder a la educación superior y, a pesar de los años, aún hoy se mantienen prejuicios que las alejan de carreras “masculinas”. Ante esto, creo que es un desafío y una responsabilidad para quienes saltamos esa barrera y decidimos, sin presiones o temores, sobre lo que queríamos ser. Desde nuestras veredas, sea cual sea, abrir caminos y demostrar que contamos con las mismas capacidades para afrontar cualquier oficio o profesión y que esa no es una virtud que sobresalga a una regla más allá del rol que por destino nos fuese dado, sino que espontáneamente la naturaleza es así.

Madres y abuelas han sido parte importante de este cambio, han traspasado su deseo a las nuevas generaciones que ahora buscamos equidad en un mundo laboral donde las mujeres debemos “cuidar de nuestros hijos como si no trabajáramos y trabajar como si no tuviéramos hijos”. Disociarnos, como si las preocupaciones familiares sólo nos afectaran a nosotras en esta sociedad y cualidades masculinas en puestos de liderazgo fueran la clave del éxito.

Les invito a reflexionar sobre cuántas niñas han dejado atrás sus sueños sólo porque ese no era el rol que esperaba de ellas su entorno familiar. ¿Cuántas simplemente dieron la espalda a su vocación porque esa profesión u oficio “no era para mujeres”?

En un país en desarrollo como el nuestro, la mayor preocupación debería estar enfocada en el rescate de talentos en las áreas que realmente quieren desarrollarse, sin importar su género. Dejar atrás los prejuicios e incluir a todas y todos en una sociedad equitativa, basada en el respeto por el otro, dejando de lado los roles y estereotipos porque, al fin y al cabo, todos nacemos en igualdad de condiciones y eso sí deberíamos perpetuarlo.