Dr. Roger Leiton Thompson, integrante del Centro para la Instrumentación Astronómica (CePIA) de la UdeC y de la Fundación Chilena de Astronomía (FUCHAS)

Isaac Newton (1643-1727) sacudió a Europa con una onda de choque que aún hoy puede sentirse. Fue la culminación de eventos comenzados algo más de un siglo antes con la idea de Copérnico de que no es la Tierra sino el Sol alrededor del cual giran los planetas. Apoyándose sobre hallazgos previos de Galileo y Kepler, Newton inventó una serie de conceptos nuevos para predecir el movimiento de la Luna y los planetas, así como las balas de cañón y manzanas cayendo. Donde Dios era necesario antes, ahora la física de Newton no sólo explicaba el movimiento de las cosas en el cielo y la Tierra: Dios ya no era la causa inmediata de lo que sucedía en el Universo, que empezó a ser visto como un mecanismo de relojería predecible al que se le había dado cuerda y ahora corría bajo sus propias reglas, las Leyes de la Naturaleza.

Esa visión pegó fuerte en la Escocia del siglo XVIII, que florecía gracias al activo comercio con las colonias británicas en Norteamérica. Esa riqueza regaló a Escocia las mejores universidades del mundo y una constelación de mentes brillantes. Una de ellas fue el filósofo Adam Smith (1723-1790), quien aplicó el modo Newtoniano de entender el Universo (opuesto al misticismo) al estudio de las sociedades. En su “Historia de la Astronomía”, Smith repasa las ideas del Cosmos, desde los antiguos griegos hasta desembocar en la visión de Newton, capaz de explicar los fenómenos observados con un mínimo de principios básicos y de predecir con precisión eventos futuros. Escribe: “el fuego quema, el agua refresca, los cuerpos pesados descienden y los cuerpos ligeros ascienden por su propia naturaleza; y jamás la mano invisible de Júpiter ha tenido que emplearse para intervenir en esos sucesos”. Después de estudiar datos económicos y demográficos, Smith concluyó que las sociedades están a su vez regidas por fuerzas invisibles que surgen espontáneamente de la interacción de sus individuos. Estas y otras ideas convierten a Smith en el padre de la Economía Moderna.

Así como los planetas gravitan sobre sí mismos también son atraídos hacia otros, produciendo un Universo armónico. Análogamente, pensaba Smith, el interés propio genera efectos en otras personas, lo que contribuye a la armonía social y económica. Los panaderos que ambicionan ganar dinero compitiendo entre sí favorecen, sin querer, a la comunidad entregando pan a un precio, calidad y tiempos razonables. Así, científicos como Newton podían dedicarse a su ciencia sin tener que pensar en plantar y cosechar trigo, para luego hacer pan, sino simplemente comprárselo a uno de los panaderos.

Junto con Smith, la mano invisible de Newton impulsó al movimiento filosófico de la Ilustración (siglos XVIII y XIX) que proponía el progreso como resultado del esfuerzo humano de la mano de la razón y la libertad individual para mejorar el bienestar de la
Humanidad, donde la riqueza última de una sociedad descansa en cuán libres y racionales sean sus ciudadanos para colaborar y competir entre sí civilizadamente.