Por: Dr. Diego Narváez Rodríguez, investigador del Centro COPAS Coastal y académico de la Facultad de Ciencias Naturales y Oceanográficas UdeC.

Hace algunas semanas miraba con asombro cómo la nave espacial DART de la NASA impactaba el asteroide Dimorphos para probar si la trayectoria del asteroide cambiaba con el impacto, tal como en las películas, con el objetivo de estar preparados para salvar al planeta Tierra de una catástrofe. Imágenes espectaculares del acercamiento de la nave espacial al asteroide y del impacto eran transmitidas en vivo (o tiempo real) desde 11 millones de kilómetros de distancia.

Hacer esta prueba y tener esas imágenes en tiempo real representan un desafío tecnológico, que la NASA demoró cerca de cinco años en concretar. A mucha gente puede que no le parezca sorprendente, ya que en varias de las actividades cotidianas están acostumbradas a obtener información a través de la TV, YouTube o redes sociales casi instantáneamente. Incluso tener la información del tiempo, tráfico, o dónde están los Carabineros en la carretera en la palma de la mano es algo que damos por hecho, al menos hasta cuando se corta internet o el suministro eléctrico, momentos en que pareciera que el mundo se fuese a acabar y la mayoría entra en estado de pánico colectivo (todos estamos en grupos de WhatsApp del barrio, ¿no?).  Los usuarios hemos creado la necesidad de tener información en tiempo real y las empresas y gobiernos se han preocupado de entregárnosla, ya que estamos dispuestos a pagar lo que sea por dicha información, la necesitemos o no.

La observación del espacio exterior no tiene límites, Chile tiene los observatorios astronómicos más importantes del mundo y muchos de los resultados de la misión DART, como le llamó la NASA a esta prueba, se obtendrán desde nuestro país. Lamentablemente, esto dista mucho de la escasa observación que hacemos de nuestro planeta Tierra y sobre todo de nuestro océano.

El ciudadano común y corriente sin dudas sabe más de los astros que del mar, puede haber distintas razones para esto; el espacio está ahí a toda hora, lo vemos cada vez que miramos al cielo y en la noche a las estrellas. Difícil es interesarnos en algo que casi no vemos, como ocurre con el océano, del cual sólo vemos la superficie, sus olas y alguno que otro crustáceo en la playa. Muchos se preguntarán, ¿para qué necesitamos más información? y es ahí donde las y los científicos debemos encontrar la forma de demostrar la utilidad de la información menos convencional de manera actualizada e instantánea. Pero primero, debemos generar dichos datos.

En el ámbito de las Ciencias de la Tierra, tener datos en tiempo real es complejo, por lo tanto, es escasa, debido a que requiere tener “observatorios” o cómo les decimos los que estamos en esto, sistemas de observación, es decir un conjunto de instrumentos con sensores registrando datos que sean enviados a una aplicación de teléfono o página web que permitan analizarlos y visualizarlos.

Este problema ocurre a nivel mundial, pero no nos sorprende que países con mayor presupuesto destinado a las ciencias posean sistemas de observación del océano y la atmósfera, que incluyen anclajes y boyas oceanográficas, perfiladores, estaciones meteorológicas y muchos otros equipos que permiten entender las variaciones del medio ambiente.

Quizás para algunas personas éstas sean palabras nuevas al no dimensionar su utilidad o el por qué debemos preocuparnos de tomarle el pulso al océano. Parte del problema es que en general Chile a pesar de ser un país marítimo, le da la espalda al océano, por lo que no existe la “necesidad” de medirlo, ni menos contar con esas mediciones en tiempo real.

Algunos avances en esta materia en Chile, sin embargo, han surgido a raíz de los desastres naturales. Nuestro país cuenta con una red sismológica albergada en el Centro Sismológico Nacional en la Universidad de Chile. Los volcanes son monitoreados por el Servicio Nacional de Geología y Minería.

Luego del terremoto y tsunami del 2010, el Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de Chile mantiene una red de cuatro boyas que miden la altura del nivel del mar. Todas estas redes están interconectadas con la ONEMI, al igual que algunas estaciones para medir la calidad del aire. El objetivo es claro: tener un sistema integrado para prevenir y mitigar los daños causados por estos desastres naturales. Por otro lado, los caudales de los ríos son monitoreados por la Dirección General de Aguas y existe una red de estaciones meteorológicas de la Dirección Meteorológica de Chile.

Sin duda, cómo país hemos avanzado en mejorar lo más prioritario y puede que esto nos de la falsa impresión de que estamos preparados, pero los instrumentos se dañan, los vandalizan y/o cumplen su vida útil, lo cual requiere permanente modernización y cubrir lugares sin mediciones para tener información más exacta.

En términos del medio ambiente y sobre todo cambio climático y salud del océano el panorama no es muy alentador. Si bien para la COP25 hubo discusiones sobre la importancia de tener un sistema integrado de observación del océano, no se avanzó en términos concretos, en parte debido a la pandemia, la que demostró, en otro ámbito, la importancia de tener información fidedigna y lo más actualizada posible.

Desde los Ministerios de Ciencias y de Medio Ambiente de la época se impulsó la idea del Observatorio de Cambio Climático basado en redes de sensores que tienen centros de investigación u organismos públicos, pero no hay financiamiento concreto más allá de los mismos fondos concursables y recursos entregados por el Estado. Las pocas mediciones oceánicas en tiempo real que existen en Chile son financiadas por proyectos o centros de investigación que duran unos pocos años, por lo tanto, su mantención queda bajo la responsabilidad de los investigadores, lo cual realmente no ocurre debido a falta de financiamiento. Aquí es donde se requiere que el Estado de Chile se haga parte más activa que sólo reunir grupos interesados y tenga una política de financiamiento, así como lo ha hecho para otras áreas.

Chile tiene los técnicos, ingenieros y científicos capacitados para los desafíos que implica hacer mediciones en el océano, donde las condiciones son mucho más adversas que en tierra. Sólo necesitamos tener las políticas adecuadas de financiamiento y los científicos debemos generar la necesidad para las empresas públicas y privadas de tener esa información en tiempo real.

Durante las transmisiones de la nave espacial impactando el asteroide un colega me dijo: “oye, la NASA en esto y nosotros ni podemos poner boyas en el mar”. Un comentario acertado y que, por lo demás, por nuestra parte no requerimos de un financiamiento a nivel NASA para tirarnos al mar, siendo nuestra labor igual de importante.