Por: Dr. Ricardo Barra, Director Centro EULA, Académico Fac. de Cs. Ambientales UdeC, Investigador Centro FONDAP CRHIAM e Instituto Milenio SECOS.

Aunque se trata de una fecha que se celebra desde los años 70, el Día Mundial de la Tierra fue oficializado como tal por Naciones Unidas recién desde 2009. Un contexto que ejemplifica cómo las inquietudes medioambientales han
tomado real fuerza, recién durante las últimas décadas.

No cabe duda que el planeta Tierra ha sufrido los embates de la actividad humana, con un impacto sin precedentes en la historia geológica y evolutiva del planeta. Es por ello que a casi 50 años de la primera conferencia sobre el medio ambiente humano realizada en Estocolmo, se ha instaurado en la actualidad una era de preocupación por la temática medio ambiental. Entre medio, se han evidenciado distintas crisis sobre el deterioro de la capa de ozono y del calentamiento global, producido por el aumento de las emisiones de la quema de gases de efecto invernadero generados por combustibles fósiles, carbón y petróleo.

En paralelo, la actual crisis ambiental, que también se expresa con la pandemia de COVID-19, no solamente se constata a través del cambio climático, sino que también por la rápida pérdida de la biodiversidad y la contaminación de origen humano, que hoy cubre prácticamente todo el planeta, incluidos aquellos lugares más inaccesibles.

Una vía de salida a esta crisis es el concepto acuñado a fines de los años 80, conocido como desarrollo sostenible, que persigue un equilibrio entre el crecimiento económico, la equidad social y la conservación del medio ambiente. Hoy más que nunca es patente que ese equilibrio está en la base de la reconstrucción hacia la sostenibilidad, pues no es posible un crecimiento económico infinito en medio de un planeta con recursos limitados y creciente demanda por ellos.

Un escenario en donde los desafíos son enormes, puesto que si queremos que la especie humana pueda sobrevivir en la tierra, es necesario que avancemos en medidas mucho más urgentes. Entre ellas, la transformación de nuestro
sistema de energía y de circulación de materiales, promoviendo la circularidad y la limpieza de ellos, minimizando además la contaminación y la pérdida de biodiversidad.

Asimismo, nuestro sistema financiero debe movilizar recursos hacia proyectos sostenibles, como una economía que mantenga y respete los ciclos naturales de elementos y recursos, pero ahora enfocada en su capacidad de brindar oportunidades a nuestra generación y las que vienen.

El desafío de reducir las emisiones en un 45% de aquí al 2030, nos debe hacer actuar más rápido en la descarbonización de la energía, pero también en la forma que producimos y consumimos bienes y servicios, a la vez que otorgamos oportunidades de mayor equidad social a la población.

Se ha discutido mucho sobre la recuperación de la pandemia de una forma sostenible. Al respecto, mi impresión es que no hay muchas opciones, por lo que la cuestión es ser sostenibles o morir en el intento, y ello debe estar en el corazón de nuestro sector productivo y empresarial.

Lo mismo los reguladores, que debieran tener consideraciones de sostenibilidad en el momento de promulgar las leyes, y también nosotros los ciudadanos, quienes tenemos que avanzar en medidas como el reciclaje y la
reducción de nuestro consumo, disminuyendo a la vez nuestra huella de desechos.