Por: Dionila Andías Sandoval, Jefa de Carrera TNS Químico Analista Industrial –Ing  (E) Química y Medioambiente del IPVG, Sede Los Ángeles.

Al hablar de contaminación atmosférica, la primera idea que se viene a la mente es cómo contaminan las industrias y lo insuficiente que resultan las políticas públicas para aminorar esto. En este mismo sentido, pocas veces nos preguntamos cuánto de ese porcentaje de contaminación nos corresponde a nosotros como ciudadanos.

Aún no entramos al invierno, pero ya hemos podido sentir los días fríos, nos acompaña un sol “que brilla pero no calienta”, motivándonos a encender nuestras estufas, un alto número de ellas a leña. Este acto tan placentero cuando comenzamos a sentir el calor que emanan se transforma en un arma de doble filo, ya que contrario a lo que podemos imaginar, esta simple acción está colaborando con los altos índices de contaminación ambiental, a través del material particulado que arrastra el humo que sale de nuestras estufas.

¿A cuántos de nosotros durante las tardes frías se nos irritan los ojos por el humo del ambiente mientras caminamos por la ciudad? Pero toda esa contaminación no sólo afecta al medio ambiente, sino que también a nuestra salud, aunque no podamos percibirlo a simple vista.

El humo de la leña contiene monóxido de carbono (CO), gas sin olor y sin color que reduce la habilidad de la sangre para transportar oxígeno y es tan venenoso, que en altas concentraciones puede causar incluso la muerte. A esto se le suman compuestos irritantes como la acroleína, que causa inflamación y reacciones alérgicas, y también  hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP) que provocan cáncer y también están presentes en el hollín de las chimeneas.

Si a lo anterior sumamos el material particulado (MP), la mezcla de partículas sólidas y líquidas suspendidas en el aire son tan pequeñas que comparadas con un cabello humano serían apenas el equivalente a un 20% de éste y en otros casos, sólo un 5%. Dimensiones tan mínimas que pueden afectar las vías respiratorias superiores causando faringitis, amigdalitis o rinofaringitis, o afectando las vías respiratorias inferiores, produciendo problemas inflamatorios y patologías pulmonares cancerígenas.

Desde siempre hemos usado la leña como combustible, ya que es económico y está al alcance de todos, pero junto con el crecimiento de nuestras ciudades se han multiplicado las fuentes emisoras, y por tanto, debemos tomar medidas para procurar que la combustión sea más eficiente.

En periodos económicos tan complejos como el que estamos viviendo se entiende que las posibilidades de cambiar la fuente de calefacción se vea disminuida, pero eso no impide que hagamos el esfuerzo de usar leña seca y mantener la llama viva sin dejar que se apague, lo que además de reducir la emanación de contaminación al ambiente nos ayudará a obtener una mejor calefacción.

Es indispensable que reflexionemos frente a este tema y adoptemos medidas. Si tenemos estufa a leña o biomasa debemos procurar que sean certificadas y, por sobre todo, gestionemos un uso más eficiente de la energía aislando nuestras viviendas.

Este invierno estamos obligados a pasar todo el día en nuestras casas, pero no podemos olvidar que también debemos cuidar nuestro medioambiente, ya que es sinónimo de cuidar nuestra salud.