Por: Dr. Nelson Vergara Rubilar, Presidente del Departamento de Primeras Naciones del Colegio Médico de Chile.

Durante el proceso de conquista en América se impuso el Calendario Gregoriano por sobre las formas originarias de contar el tiempo y señalar eventos importantes. No por eficiencia, sino más bien por hegemonía cultural y para reemplazar dichos eventos trascendentes por las efemérides cristianas. Tanto Navidad como Año Nuevo (finales de diciembre) como San Juan (finales de junio) coinciden exactamente con los solsticios de verano y de invierno, respectivamente, con el detalle de que en el hemisferio sur las estaciones en las que ocurre son exactamente contrarias.

Esto se debe a que la cultura invasora se autorefería sin mirar alrededor: era más importante su calendario y sus fechas marcadas que la propia naturaleza y sus estaciones. Aún hoy utilizamos el mismo calendario y celebramos la Navidad en diciembre con música invernal y un ‘viejo pascuero’ muy bien abrigado para otra estación, reproduciendo el rito de invierno del hemisferio norte, que ve como el frío empieza a dar paso a los tenues y crecientes rayos solares, señalando el nuevo año que emerge desde la oscuridad hacia la luz. De hecho, nuestro propio reloj “analógico” avanza de izquierda a derecha, pues hace analogía del movimiento del ancestral reloj de sombra de esos lugares, y que por imitación de aquel obtuvimos el nuestro, sin reparar en que la sombra por acá va de derecha a izquierda.

Cada año los diferentes pueblos que porfían la fecha de año nuevo hacia fines de junio han ido aumentando en número de concurrentes. En particular, el pueblo mapuche ha logrado reposicionar al Wüñoy Tripantü, Wüñol Tripantü o We Tripantü por sobre la celebración de San Juan, lo que ha permitido que muchos chilenos redescubran aquella parte invisibilizada del mestizaje cultural, tanto personal como colectivamente. Para ello, debieron realizar procesos intraculturales que de a poco hemos ido conociendo, y algunas concesiones interculturales como han sido las diferentes conmemoraciones institucionales en consultorios, hospitales, escuelas, universidades, municipios, etc.

Es que esta fecha es más bien un evento cósmico de conmemoración familiar, como la Navidad, y cada día más a muchos ya les era molesto sostener esta celebración dentro de la otra cultura, más aún si la mayoría parecía no entenderla del todo.

Este año -y producto de la pandemia- la vieja tradición del Año Nuevo familiar retornó, coincidiendo con la sugerencia de quedarse en casa, de no salir, pues el riesgo de contagio y la posibilidad de morir nos espera afuera, como si la naturaleza recobrara entonces su sentido primario justo con las explicaciones que cada cultura necesita para esperar que de la oscuridad emerja la luz, que lo negativo de paso a lo positivo, que de la desgracia emerja la esperanza.

Previo a esta fecha hemos visto un despliegue de solidaridad mapuche muy poco publicitado en los medios: regalando verduras, mariscos, hasta animales a la gente que lo necesitaba. Nada es casual sino causal, al menos así se ve desde la cultura mapuche, pues Ngau Poñü (Pléyades) anuncia el nuevo año con su aparición por el noreste a principios de junio, dos semanas antes de We Tripantü, constelación relacionada con sembrados y cosechas, con la abundancia y el compartir.

Elemento fundamental de la economía mapuche es el travkintu, una forma de trueque donde si tú no tienes por el momento luego me lo compensas de algún modo, en su afán de buscar la reciprocidad del otro, que marca el establecimiento de una relación de cooperación mutua. Esta reciente generosidad no es otra cosa que una nueva oferta de paz desde el pueblo mapuche hacia la sociedad chilena, ya no con la autoridad sino con la ciudadanía directamente, que como muchas otras veces en la historia aparenta haber entendido el gesto.

¿Será de verdad ésta la primera vez y con la naturaleza confabulando para ello? ¿será que estamos siendo obligados a cambiar aprendiendo a tumbos a respetar nuestra diversidad? ¿sobreviviremos esta pandemia gracias a que somos mestizos, gracias a aquella parte que no vemos ni queríamos ver de nosotros mismos ni de los demás?

Fuimos retrotraídos a nuestras casas, con sensación negativa y ruinosa, con miedo. Hemos visto expresiones de solidaridad y, como nunca, hemos marcado esta fecha con el reconocimiento del pueblo Selk’nam que creíamos extinto (al menos eso nos hicieron creer). Nos contaron otra historia parece, la del indio malo que mejor es que esté muerto.

Si esta pandemia depende de cada uno para superarla, de lo que hagamos respetando el espacio del otro, ésta puede ser la fórmula para superar los otros problemas fundacionales que arrastramos, asociados a la intolerancia y al monocultutalismo.

Küme Wetripantü kom pu che