Por: Dr. Óscar Ponce Ponce, Académico y profesor de Bioquímica. 

Una vez, en la soledad del auditorio del Colegio Médico, escuché a alguien que tocaba el piano. Me senté y me solacé con aquél que estaba ensayando para un concierto. Era nuestro gran intérprete Roberto Bravo. Cuando terminó, lo saludé casi con temor por haberle robado parte de su intimidad y dentro de la amabilidad con que hablamos le pregunté: «¿Qué es para usted la buena música?» y me respondió: “Es aquella que perdura en el tiempo». Le insistí: “Una sonata para piano de Beethoven es buena música? Me respondió que sí. Luego dije: “Y Gracias a la vida?”, su respuesta fue “Por supuesto”. Deseé nombrarle algunas canciones chilenas muy bellas que han perdurado por muchos años, pero eso quedó sólo en el deseo.

Siempre me he preguntado para quién está destinada aquella buena música y de muchos expertos he aprendido que la música, como expresión del arte, se relaciona con distintos grupos humanos, sin que ello se relacione con una ubicación en una escala de valores.

En primer lugar, la música está destinada a la inteligencia de un grupo de seres humanos que la desean, que la conocen, que la entienden muy bien y la van a disfrutar completamente. En el segundo grupo se dirige, fundamentalmente, a la sensibilidad de mujeres y hombres. Así muchas más personas la disfrutan, se sienten bien, sabiendo nada o muy poco de música. Y esto, siempre y cuando estén dispuestos a escucharla.

¿Conocemos lo que son los vientos de una orquesta, o las tubas, as voces de un coro polifónico, un forte, un mesoforte, una línea melódica? ¿podemos entonar una melodía? Según algunos expertos: no importa, porque
para la gran mayoría, es mucho más importante querer sentir la música y cuando esto sucede uno responde con un estado de felicidad. Y esa felicidad pasa a ser una suerte de conquista.

Hay argumentos más drásticos de algunos estudiosos de la música que dicen: “En el arte -se incluye la música, por supuesto- no hay nada que entender. Si la buscas y la escuchas, te llega” Y cuando eso ocurre, se crea en un lugar del cerebro, el centro del refuerzo positivo, una serie de cargas que se expresan como satisfacción, tranquilidad, alegría, sonrisa, aplausos.

Esta llegada ocupa la vía neuronal del sentido de la audición, a veces también el sentido de la vista cuando está la oportunidad de observar a los ejecutantes. Fisiológicamente, hablamos de emociones positivas a estas diferentes formas de placer.

En esta idea los seres humanos hemos evolucionado para, frente a la llegada de estos estímulos naturales, crear cerebralmente múltiples formas de sentir. Y el cerebro, dada su plasticidad, guarda estos eventos y los puede evocar y se vuelve a sentir placer. Es más, se despierta un espíritu solidario y las personas se buscan, se comunican, se contagian y gozan con la música. Da gusto encontrarse con ellas y se caracterizan por ser personas de gesto amable.

Sin embargo, hay que aceptar que no somos todos iguales frente a la recepción de estos estímulos. Y hay otro grupo de personas, que siendo las menos, tienen gran tendencia a la insatisfacción, a la rabia, a la indiferencia, en general, a destacar los aspectos negativos de los eventos naturales que nos llegan por los sentidos. Y termina no gustándoles
muchas cosas, incluyendo la buena música.

Desde el punto de vista de la Biología Molecular se ha puesto en la discusión la presencia de ciertos genes que tendrían la información para la traducción en diferentes biomoléculas con influencia directa en la génesis de los estados de placer, alegría, de satisfacción, de sentirse bien, incluyendo por supuesto el gusto por escuchar la música.

Se habla de que las endorfinas, la dopamina o la serotonina serían las moléculas encargadas de las diferentes conexiones entre las sinapsis neuronales en los centros del cerebro donde se originan estas respuestas de felicidad. Un solo ejemplo: Se ha aislado un gen denominado 5-HTTLPR que en su variable larga (tiene un mayor número de nucleótidos, que son las unidades como se estructura) predispone al individuo a preferir y a privilegiar estímulos naturales que dan como repuesta este tipo de emociones. Por ejemplo, acercarse a la música, en sus formas de escuchar, aprender, interpretar y hasta su crear música.

Esto de crear música que trascienda en los tiempos, es propio de un tercer grupo humano. Es el más limitado, pero tal vez el más importante. En esta idea me voy a permitir entregar un pequeño relato y una reflexión: Era el año 1756 y nace en Salzburgo un niño que desde su infancia desarrolló una extraordinaria capacidad para el aprendizaje y la
creación musical. Ya entre los tres y cuatro años tocaba el clavecín y leía partituras musicales sin equivocaciones y a los 7 años había compuesto dos minuetos y un allegro. Pronto comienzan las invitaciones y viajes a dar conciertos a las cortes de Viena, Múnich, Londres, Holanda, Suiza, Bélgica, Paris y Londres. Su padre -que era un gran músico, compositor y profesor-, le había entregado sus primeras lecciones. Y decidió dedicarse exclusivamente a su formación. Este niño prodigio de la musicalidad era Wolfgang Amadeus Mozart.

Su obra ha sido grandiosa y muchos se han preguntado: ¿Tuvo al momento de nacer los genes para la música? ¿ Influyó su padre en la activación de esos genes? ¿Influyó además el ambiente humano que en vida nunca dejó de aplaudirlo y valorarlo? Creó 750 obras musicales desde conciertos para piano hasta ópera. Falleció a los 35 años. Hasta hoy se considera uno de los genios musicales más completos que haya existido.

Finalmente, como profesor de Bioquímica y algo estudioso de la música, una reflexión: La mayoría de las mujeres y los hombres, de acuerdo a lo que han sido o van a ser ¿pueden ser el resultado de sus genes y del medio ambiente que nos rodea?