Por el Dr. Ricardo Barra Ríos. Director Centro Eula, Investigador del Centro CRHIAM y Académico Fac. Cs. Ambientales UdeC.

Hace unos días nos enteramos por boca del ministro de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, Andrés Couve, que para el próximo año el programa Becas Chile será cancelado. Se trata de un programa que permite que jóvenes investigadores chilenos se puedan formar en instituciones de prestigio en el extranjero, con el compromiso de devolver esa beca trabajando en Chile una vez graduados.

Posteriormente, se conoció también la reducción en el presupuesto ministerial en varias otras áreas, entre ellas en la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo de un 9,10%; en los fondos para innovación, ciencia y tecnología de un 15,9%; y en el fondo de capacidades tecnológicas en un 20%. Esto significa que aparte del golpe que este año da la pandemia a la investigación científica chilena, se augura un negro porvenir para el 2021. Explicado en términos sencillos: cada año estaremos más lejos de alcanzar el desarrollo.

Chile no cuenta con buenas credenciales de inversión en ciencia y tecnología dentro de los países de la OCDE, ya que es el que menos invierte (sí, es verdad, se le llama “inversión” y no “gasto”). En la actualidad no existe ningún caso que demuestre que se puede salir del subdesarrollo sin invertir en ciencia y tecnología, y nuestro país no va a ser la excepción. Además, en Chile el sector privado, que en países desarrollados llega a alcanzar el 50% de dicha inversión o aún más, no invierte lo que se debiera para mejorar los índices de productividad y de sostenibilidad necesarios para un desarrollo de Siglo XXI.

¿Entonces cómo se sale de esta situación donde el desarrollo de la investigación científica se vuelve cada vez más difícil y complejo? En esto, las regiones tienen un gran rol que jugar, y aquí el establecimiento de confianzas, de colaboración y también de redes, es fundamental. Los casos de regiones donde se ha logrado invertir en ciencia y tecnología para el desarrollo, demuestran que esos elementos son clave para iniciar el despegue hacia mejores condiciones de vida, bienestar social y finalmente desarrollo.

En nuestra Región del Biobío, que cuenta con universidades de prestigio, se han hecho variados intentos de cooperación durante los últimos años, pero todos ellos han chocado con la incomprensión, tanto del sector público como privado, quizás ensimismados en la competencia y falta de entendimiento de los nuevos tiempos que vivimos, llenos de incertidumbre, en periodos donde la crisis es permanente.

Establecer las confianzas es un proceso que necesita tiempo, voluntad e incentivos, además de generar los espacios para que estos procesos puedan fluir adecuadamente. No podemos permitirnos el lujo de perder oportunidades de colaboración y establecer, al menos desde la perspectiva regional, la posibilidad real de ser contribuyentes a un mayor desarrollo de todas nuestras capacidades. En estos tiempos de incertidumbre, vencer las desconfianzas del presente requiere además de liderazgos inclusivos e integradores. También del diseño de políticas desde el Estado, que consideren la ciencia y la tecnología como una inversión, y no como un gasto.